jueves, 14 de mayo de 2009

Un amor quebrado

Aquel barrio de las afueras era lóbrego, los edificios bajos, surcados por manchas de humedad
y pequeñas grietas. Los balcones, repletos de ropa tendida que se secaba lentamente a la luz de
una luna amarilla y un cielo que era tapiz de constelaciones y estrellas.

Una pareja de enamorados, tiernos, caminaban muy juntos, en la clandestinidad del
extrarradio, mostrándose su amor, de vez en cuando volviendo la cabeza, se sentían vigilados.
Rostros adolescentes se fundían con el calor de sus labios, cada uno de otra raza, en un intenso
estallido de pasión reprimida, en el secreto encarcelado.
Familia, tradición y miedo, los obstáculos de aquella unión que el caprichoso destino les había deparado. Demasiado jóvenes para huir, a una vida dura, pero alejada de ojos críticos y mordaces, recompensada con la libertad que tanto ansiaban.
Ella soñaba, mientras el callaba, quedaba poco tiempo y una decisión muy larga.
Entonces, de pronto, se quebró.
10 figuras, robustas, de cabeza rapada, con el odio irracional a lo diferente en las entrañas y la furia en la mirada.
Viciados por el aire de aquel lugar surgieron de la nada.
Rodearon, agresivos, como una jauría de cuervos, cercaron a sus presas, en desventaja, el
cerraba los puños ella lloraba.
Metales relucían con la luz de las farolas mientras del pecho del joven la sangre manaba, la manada ahora huida en estampida, ella sumida en el trance llorando sobre su cuerpo, lo sacudía.
Llamándolo a gritos, queriendo retroceder el tiempo, no llego al edificio blanco de la última esperanza, allí quedo tumbado en el suelo. Donde a pocos metros también yacía un borracho que pareció correr la misma suerte, unos por el vicio y otros por ser diferentes, final del trayecto la
última parada la muerte.

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