jueves, 27 de mayo de 2010

La resignación de los murmullos

Los murmullos del cobarde
o del valiente oprimido
son cartuchos fallidos
palabras naufragadas en el aire
Sin divisar a la vista oídos
en los que amarrar sentidos
sentimientos sentenciados
como África y el hambre
Semillas en desiertos yermos
parásitos en vergeles
voluntades sometidas
bajo rectángulos verdes
bajo hierro incandescente
bajo ignorancia medieval
bajo pantallas coloridas de mentiras
cual coral
Sin cesar de mermar
la imaginación del homo sapiens
entretenimiento para el mono
y peligro para el hombre
Así en el nombre
de los pobres en espíritu
se esconden
miedos y celos
odio en forma de vil hecatombe
Y entre tantos anunciantes
meros manipuladores de poesía
se tejen disfraces de fondo
porque la forma es cueva vacía
Ruines retoques
en princesas antaño porcelana
ahora maduras manzanas
suplicando al espejo menos canas
Blanquecinas lianas
que convergen en arrugas
castigadas por el tiempo
y la pasión y sus locuras
Estaño que no hierro
es la coraza del sistema
sonrisa de hiena
con modales de ladrón de guante blanco
El cual roba a las familias
y protege a los villanos
mientras la angustia de la prole
sueña poseer alas de pájaro

sábado, 1 de mayo de 2010

La cajera (capítulo 1)

Cansancio...
Esa demoledora sensación que castiga con maliciosa saña cada centímetro del cuerpo
era la forma mas suave de resumir aquel largo y monótono día.
El reloj marcaba las ocho y media de la tarde.
Justo ese punto donde el trabajo se convertía en una especie de sprint para
un corredor extenuado que siente angustiado la falta de oxígeno en sus pulmones.
En el supermercado reinaba un silencio sepulcral tan solo un leve zumbido procedente de las neveras donde se guardaban los congelados alteraba impertinentemente aquella quietud.
Hoy era Lunes y como de costumbre le tocaba cerrar a ella.
El vigilante tenía cita con el médico y tuvo que salir 20 minutos antes,
así que se había quedado sola.
De todas formas tampoco tenía demasiada importancia prefería la soledad.
Además, Víctor, a su parecer debía ser un poco limitado, ya que mantener una conversación normal con él era imposible, sin que soltara algún taco, o se te quedara mirando con una bobalicona expresión mezcla de estupidez y frustración.
A pesar de ello hacía bien su trabajo, nadie se atrevía a robar nunca, aunque bueno... es posible que el echo de que pesara 100 kilos y midiera casi 2 metros le ayudara a intimidar a cualquier ladronzuelo o vagabundo que quisiera agenciarse algo utilizando el descuento de los cinco dedos.
Ella era preciosa, por supuesto, siempre lo había sido: larga melena morena, cuerpo de atleta, y una sonrisa que podría alegrar a cualquier desgraciado en su melancolía. Pero inevitablemente, los años cargados de decepciones, malos tragos y desesperanza habían echo mella en su dulce rostro.
A pesar de ello, la gente nunca se lo creía cuando confesaba que tenía 42 años y
había dado luz a dos niños.
Demasiado tiempo trabajando en aquel pequeño supermercado situado a las afueras de la ciudad, donde pagaban una miseria y debía coger siempre el coche para llegar siempre allí, pues estaba muy alejado de su bloque. No obstante, al lado había varias urbanizaciones de lujo, donde las amas de casa que no trabajaban solían ser la clientela más frecuente.
Además en aquellos tiempos de crisis era un milagro encontrar un empleo con su edad y menos siendo mujer.
De nuevo levanto la vista hacia el reloj, las 9 menos 10, entonces dijo:
-Bueno por hoy ya esta bien Espe... Vamos a cerrar y a casita...
Entonces hizo recuento del dinero que había en la caja se levantó del incómodo asiento y se puso su chaqueta de color beys que tan bien le sentaba tal que parecía una adolescente con ella puesta.
Después, lo típico: fue a cerrar el almacén con llave, apago las luces, salió a la calle por la salida de emergencia y finalmente bajo la persiana metálica con el mando a distancia, que el torpón de Víctor había roto confundiéndolo con una cucaracha y que ella misma tuvo que arreglar con celo.
Acto seguido se dirigió hacia el parking donde estaba aquel ford ka al que siempre había tenido tanto cariño.
Había pasado muy buenos momentos en él, aunque últimamente estaba un poco deteriorado, entonces se vio reflejada en la ventanilla del conductor y acariciándola levemente dijo en voz baja con una sonrisa:
-El tiempo nos pasa factura, eh, pequeño...
Entonces, justo cuando iba a introducir la llave en la cerradura escuchó un fuerte estruendo que parecía venir del techado metálico bajo el cual se encontraban los carritos de la compra.
Un poco sobresaltada se dirigió hacia el lugar y vió todos los carritos puesto boca abajo formando un círculo perfecto y en el centro había sentado un vagabundo: estaba muy sucio, y la ropa era algo menos que 4 trapos surcados por descosidos y rotos.
El hombre, tenía la cabeza resguardada entre las rodillas y se mecía hacia delante y detrás repitiendo una y otra vez:
-Dejame, dejame, dejame... no... fuera... no me hagáis daño...
Estaba muy alterado y su respiración se volvía cada vez más agitada e irregular.
Esperanza, sumida en una mezcla de miedo, confusión y lástima se acercó poco a poco hasta situarse a menos de un metro del círculo y dijo:
-Perdone... ¿Está usted bien?
No obtuvo respuesta, seguía atrapado en su trance y parecía que nada de lo que sucedía a su alrededor pudiera afectarle.
Entonces, ella decidió apartar uno de los carros para entrar en el círculo y poder
contemplarle más de cerca. Pero cuando fue a tocarlo una desagradable descarga eléctrica le hizo retroceder varios metros.
De pronto el hombre dejó de moverse y enmudeció. Acto seguido un anciano pero inocente y cándido rostro emergió de entre sus piernas y dijo tartamudeando:
-¿Si- siguen ahí?
Atónita no supo muy bien que responder, no sabía que demonios podía haber ocasionado aquella descarga si no había ninguna batería ni nada por el estilo conectada a los carritos.
-¿Quienes?
-Los.. los malos...
-¿Quienes son los malos?
Entonces una terrible expresión de niño asustado se apoderó de su cara y empezó a llorar desconsoladamente.
Ella era madre y había vivido esa situación cientos de veces, aquel pobre hombre debía sufrir alzeiner y percibía la realidad de un modo muy distorsionado.
Parecía inofensivo, pero áun así no sabía muy bien si fiarse de él.
Entonces intentó mover el carro de nuevo, esta vez no pasó nada.
Movida por su infinita bondad se aproximó hasta el vagabundo, y sentándose a su lado dijo:
-No te preocupes... ya no están se han ido, no volverán ¿de acuerdo?
Aquellas palabras le tranquilizaron y un poco consolado se abrazó a ella temblando y con los ojos húmedos.
-Va-vale, gracias mama...
Sorprendida por aquel acto y por el pestilente olor que desprendía, aceptó la señal de afecto y con la mano derecha acarició suavemente su huesuda espalda.
Iluminados por la tenue y naranja luz de una farola se mantuvieron en ese estado hasta que el vagabundo se quedó totalmente dormido.
Entonces pensó:
-Madre mía, Espe es que te metes en unos embolaos...
Acto seguido con delicadeza acomodó al anciano en el suelo bajo el techo de los carritos a los que todavía miraba con temor.
Después sacó una vieja manta que guardaba en el maletero, un trozo de tela del que hacía tiempo quería desprenderse... Y con el mismo le arropó, ya que aquella noche hacía frío y no era la primera vez que aparecía un vagabundo muerto en el extrarradio por congelación.
Así un poco más calmada volvió al coche y una vez dentro se encendió un pitillo. Rebuscó en la guantera una vieja cinta de Evangelis y al ritmo de la canción
love theme, arrancó y puso rumbo hacia su casa en la otra punta de la ciudad.